miércoles, octubre 22, 2008

La muerte siempre hace trampas

La muerte actúa de varias maneras. Una matando evidentemente. Pero hay algunas más. Dando miedo es una de ellas. El miedo a la muerte a veces nos inmoviliza no nos deja hacer nada: “total nos vamos a morir con qué para qué empezar”. Otras veces lo que provoca es una impaciencia por hacerlo todo ahora: “si mañana me muriese no habría podido hacer esto....”. Y en realidad esa es su trampa hacernos creer que no merece la pena tener la esperanza de poder acabar las cosas que emprendemos. Crecer, perpetuar la vida, vivir en suma, se basa en el supuesto de que viviremos para poder ver los resultados de nuestra ilusión, y que lo podemos hacer con la paciencia necesaria. Si llegara la muerte antes de acabarlo, ser capaces de dejar la vida sin apegos, “no me ha dado tiempo, que se le va a hacer”. Porque en realidad la muerte no es más que el tiempo, él nos mata, con solo transcurrir, y la prisa nos hace cómplices de su acción letal. El mero hecho de vivir nos provoca la muerte pero la vida consiste en hacerlo como si nos fuera a dar tiempo para todo. Estar aquí y ahora es no anticiparse. Suponer que mañana no estaré aquí es anticiparme. Entonces es la prisa la que me manda no mi apetencia, mi anhelo.
Todo empezó cuando hablaste de la muerte. Y te entró la prisa. Y la desesperanza. Y con ella la desconfianza, bueno....., esa creo que me la has tenido siempre. No confías en mi, no en mi constancia, ni en mi decisión que la tengo aunque no me la veas, ni en mis sentimientos. Y al no confiar no ves más que indicios de mi debilidad. ¡Qué lastima! Eso no lo arregla el tiempo, al revés lo empeora.

Mis experiencias que son muchas en intensidad pero escasa en numero, me dice que solo hay una mujer en mi vida, bueno mujeres ha habido varias y podrían haber mas pero mujer de mi vida solo una. Tú me has enseñado que eso tiene que ver más con lo intangible, con lo espiritual, que con lo físico o con lo que se pueda pensar (si lo pienso lo puedo explicar, si lo “siento” no o por lo menos a mi me cuesta). Tú lo llamas conocimiento celular. Yo no sé ponerle nombre pero lo “siento”. Y esa mujer lo sé, lo “siento” eres tú, y lo serás estés conmigo ó no. En un caso, si estuvieras, será lo más parecido a la felicidad que habré conocido. Si no estás, pues será la tristeza, el desencanto de saber que nunca será como fue. Y eso es la vejez, la percepción del deterioro y percibirlo como irremediable.

Ya hace días que no veo titilar tus ojos, es verdad. Me imagino que no es fácil mantener esa luz mucho tiempo y cuando desaparece, libre ya de su deslumbramiento, me ves de otra manera y me comparas con lo que creías ver. Y salgo perdiendo, claro.
Hoy no sé que va a pasar. No sé adonde nos llevaremos. Intuyo que solo el dolor, el tuyo y el mío, nos aguarda. Deseo que no sea así pero solo lo puedo evitar haciendo trampas y no quiero volverlas a hacer. No te las mereces.


Hace un año y un mes que no escribía en este blog. Mientras tanto el Pequod ha estado fondeado en las placidas aguas de la felicidad y ¡que ironía! la felicidad no me induce a escribir. O no lo necesitaba porque siempre he visto esta navegación escrita como una forma de decir, de decirme, de decirte lo que no sabía cómo. Cómo si el anonimato me abriera la conciencia. Hoy estoy triste. Un lastre se ha instalado en el centro de mi cuerpo y una mano me aprieta en el pecho impidiéndome respirar. Además estoy solo, y quiero estarlo, el dolor y la tristeza siempre he preferido guardármelos.