Mis experiencias que son muchas en intensidad pero escasa en numero, me dice que solo hay una mujer en mi vida, bueno mujeres ha habido varias y podrían haber mas pero mujer de mi vida solo una. Tú me has enseñado que eso tiene que ver más con lo intangible, con lo espiritual, que con lo físico o con lo que se pueda pensar (si lo pienso lo puedo explicar, si lo “siento” no o por lo menos a mi me cuesta). Tú lo llamas conocimiento celular. Yo no sé ponerle nombre pero lo “siento”. Y esa mujer lo sé, lo “siento” eres tú, y lo serás estés conmigo ó no. En un caso, si estuvieras, será lo más parecido a la felicidad que habré conocido. Si no estás, pues será la tristeza, el desencanto de saber que nunca será como fue. Y eso es la vejez, la percepción del deterioro y percibirlo como irremediable.
Ya hace días que no veo titilar tus ojos, es verdad. Me imagino que no es fácil mantener esa luz mucho tiempo y cuando desaparece, libre ya de su deslumbramiento, me ves de otra manera y me comparas con lo que creías ver. Y salgo perdiendo, claro.
Hoy no sé que va a pasar. No sé adonde nos llevaremos. Intuyo que solo el dolor, el tuyo y el mío, nos aguarda. Deseo que no sea así pero solo lo puedo evitar haciendo trampas y no quiero volverlas a hacer. No te las mereces.
Hace un año y un mes que no escribía en este blog. Mientras tanto el Pequod ha estado fondeado en las placidas aguas de la felicidad y ¡que ironía! la felicidad no me induce a escribir. O no lo necesitaba porque siempre he visto esta navegación escrita como una forma de decir, de decirme, de decirte lo que no sabía cómo. Cómo si el anonimato me abriera la conciencia. Hoy estoy triste. Un lastre se ha instalado en el centro de mi cuerpo y una mano me aprieta en el pecho impidiéndome respirar. Además estoy solo, y quiero estarlo, el dolor y la tristeza siempre he preferido guardármelos.